GERDA
Frey se aventuró en una ocasión
hasta donde Odín tiene su trono,
desde cuyos
balcones se divisa
la caprichosa
vastedad del mundo.
Mirando hacia el
Norte descubrió
la casa de un
gigante de los hielos,
donde vio la más
tierna doncella
con una mano sobre
el picaporte.
Supo que Gerda era su nombre,
símbolo de la
luz del Septentrión,
más conocida
como aurora boreal.
Quedó
profundamente enamorado
y se sintió
distraído y melancólico,
con un
comportamiento tan extraño
que mermaron su
encanto y su salud.
Al verlo en tal
estado, Skirnir,
servidor
eficiente y generoso,
prometió
conquistar la deseada
en nombre de su
amo entristecido,
si éste le daba
su radiante espada,
y el caballo de
crines amarillas.
Siendo aceptado
su requerimiento,
guardó el
retrato más bello de su dios,
once manzanas y
el anillo mágico.
Llegando a la
morada del gigante
oyó ladrar
muchos perros furibundos,
regentes de los
vientos congelados.
Espoleó el
corcel con mayor fuerza
hasta situarse
donde estaba Gerda,
para ofrecerle
la imagen de su amo,
los dorados
frutos y el anillo mágico.
Ella insolente rechazó
la ofrenda
arguyendo que su
padre era más rico.
Entonces Skirnir usó la hechicería
para impactar a
la insensible diosa,
que asustada por
el nuevo ardid
prometió unirse
con su pretendiente
tan pronto pasaran
nueve noches,
para amarlo y
hacerlo muy feliz.
La espera llegó
bien pronto al fin
y Frey pudo marchar hacia la fronda
donde Gerda lo esperaba ansiosa,
con el fin de
otorgarle apasionada
los placeres que
Freya nunca niega
a los ilusos
prisioneros del amor.