CUADRAGESIMOSEXTO
YO
Prisionero
en una isla
de
costas acantiladas,
donde
no atracan los barcos,
vivo
allí sin ilusiones
porque
no existe ni un puerto.
Está
unida al continente
por
un istmo intransitable,
debido
a las erupciones
de
numerosos volcanes.
Los
aviones que despegan
con
dirección a la misma,
son
atacados por pájaros
de
tamaño gigantesco,
y
por guardianes que miden
treinta
o más metros de altura
en
sus caballos de nubes.
La
autocracia gobernante
desde
el siglo XVII,
es
igual o más podrida
que
todas las anteriores,
con
guerras intermitentes,
golpes
de estado y masacres.
El
soberano lo niega
de
manera intransigente,
diciendo
que los ingleses
somos
simples sabandijas
que
vivimos copulando
sobre
el lomo de la Tierra.
Dice
también ese rey
que
la imprenta fue creada
compitiendo
con los chinos,
aunque
eso no puede ser,
porque
él es analfabeta
y
apenas tiene dos libros,
que
ya fueron revisados
por
el sabio Gulliver.
La
consorte del monarca
se
apegó tanto al enano
que
lo volvió su mascota,
llevándolo
a recorrer
muchos
sitios del país.
Y
todas las cortesanas
que
retozaron con él,
se
presentaban desnudas
sin
el menor disimulo.
Pero
el bello visitante
fue
rescatado en el mar,
cuando
un ave de rapiña
lo
abandonó, por fatiga,
en
una caja que había
sustraído
de la costa,
mientras
la reina viajera
descansaba
sin el reo.
Fue
trasladado a Inglaterra
por
el oportuno barco,
y
allí narró su aventura,
que
nadie quiso creerle
aunque
mucho lo intentó.
En
cambio yo sigo aquí
sin
esperanza ninguna
de
obtener la libertad,
que
sí consiguió el enano
por
un golpe de fortuna
que
no se acordó de mí.