viernes, 12 de octubre de 2012

Del libro "León hambriento el mar"



JORNADA DE PESCA

Suelo levantarme a las cuatro de la mañana,
tomar mis aperos y embarcarme
cuando el alba se asoma sobre las crestas del mar.
Parto solo por ser hombre de poca compañía.

Me adentro en el espejo infinito
mientras crece el tamaño de mi panga.
A medida que me alejo de la costa
mi barca se hace más grande.

Mi barco ya es un buque que se bambolea
sobre las olas que pegan contra el casco.
Bajo cubierta se nutren y estremecen
las máquinas procesadoras
que comparten su escenario de locura.

Mi buque tiene 95 metros de eslora
y su manga lo exigido
por los más avezados constructores.

Émulos de Alemania unificada,
Estados Unidos y la antigua Unión Soviética,
que vienen de Groenlandia y Labrador,
procesan, según su cuaderno de bitácora,
casi tanto como nosotros:
¡180 toneladas por día!

Después de la selección inicial
la pesca accesoria debe limpiarse a mano.
Algunos cantan; otros gritan y bromean
o cambian gestos obscenos con sus compañeros.

A las 7 y 35 suena el sistema de altavoces:
¡A izar, a izar! ¡Halen a cubierta!
Dicen los muchachos que ciertos peces, muriendo,
parten con sus dientes los mangos de los remos.

Redes con alas y cabos estabilizadores
se columpian entre garfios y cables
más largos que la embarcación.
Si el contramaestre desempeña su oficio sin destreza
produce atascamientos y pérdidas humanas.
Cuando desciende el barómetro
fuerzas amenazadoras, hasta de 40 nudos,
avanzan hacia nosotros. Suena la sirena.

La aguja del manómetro vacila y cae a cero.
Las ráfagas aumentan y debe suspenderse la faena.
Tras montañas de agua, en desafío permanente,
vemos otro pesquero igualmente en apuros.
Destapo la botella y doy un trago a mis hombres.

Son las dos de la tarde en el océano;
cielo despejado, mar en calma.
Todos contentos, hay mucho barco a la vista:
Británicos, polacos, portugueses, españoles.
Es abrumadora la presencia rusa;
también la japonesa.

Con los prismáticos capturo tanta información
que cualquier capitán la envidiaría.
En los barcos franceses todo es bello.

Me dispongo a regresar, quiero volver a casa;
mi buque se reduce, la temperatura es cálida.
A las cuatro menos cinco afianzo rumbo a la costa;
mi barco sigue achicándose, se divisan las colinas.
Ya es una lancha perdida en el recuerdo.

La tierra está muy cerca;
los perros corretean jugando con el agua.
Un pequeño atún reseco por el sol es todo mi botín.
Allá, en el horizonte, un buque fábrica se aleja
como fantasma en busca de la noche.