jueves, 2 de enero de 2014

Del libro "Poemas de un esquizofrénico"



TRIGÉSIMO YO

Cuando una serpiente ampolla
ciertos huevos de gallina
desciendo sobre la Tierra
con mi espantosa figura.
Mi tamaño es el de un gato,
aunque soy el más terrible
de los monstruos conocidos.

Ni el caballero más puro
logra vencer la fiereza
que tienen mi dentadura
y mi forma de mirar.

Con las dos destruyo árboles,
derribo en vuelo los pájaros
y acabo todas las plantas,
salvo la hierba de gracia,
que ha sido siempre tan útil
para brujas practicantes.

De no ser por la comadreja
y el gallo vistoso y fatuo,
acabaría con el mundo
en menos que canta un gallo,
pues el canto de este animal
me mata con sus sonidos
cuando lo escucho alelado.

En cuanto a la comadreja,
que ataca sin darme tregua,
sale siempre vencedora
porque sana sus heridas
con las hojas de la ruda.

Cuando Plotino, el filósofo
que enseñó en Alejandría,
siendo un ciego natural,
tapó los ojos de un miembro
de mi querida familia,
para llevarlo a su casa
después de domesticarlo,
lo vio morir al instante
por el canto de los gallos
y no como se dijera,
por mi espantosa figura.

Del libro "Poemas de un esquizofrénico"



VIGESIMONOVENO YO

Soy uno de tantos gnomos
en las montañas de Francia
y hasta en la ordenada Suiza.
Me llaman el Barbegazi,
quizás por mis barbas gélidas
o porque hiberno en verano.

No salgo nunca del bosque,
pues los pocos compañeros
que han caído entre las redes
de leñadores y aldeanos,
han muerto poco después
en extrañas circunstancias.

Con mis silbidos anuncio
las avalanchas cercanas,
y salvo a los moradores
cuando empiezo a deslizarme
por los peñascos helados
como el mejor San Bernardo.

Soy distinto a los parientes
habitantes del perímetro,
quizás por mis grandes pies
que utilizo para esquiar
y porque bajo los carámbanos
llevo un pelambre común.

Me desplazo por los hielos
haciendo diez mil piruetas
sobre abismos verticales.
Puedo esconderme en la nieve
por unos cuantos segundos
y salir de igual manera
aunque me encuentre muy hondo.

Vivo en complejos lugares
junto a picos elevados
con galerías laberínticas
y entradas que están ocultas
entre cortinas heladas.

Sólo aparezco en invierno
con bajas temperaturas
si hay ventiscas suficientes
para ahuyentar los intrusos
que viajan por zonas altas.

Mi voz es muy parecida
al grito de las marmotas
que habitan los Alpes suizos,
y acostumbro comunicarme
a larguísimas distancias,
aunque a veces me confundan
con vendavales alpinos,
o el sonido de los cuernos
que lanzan los cazadores
cuando van por los caminos,
preparados para todo,
en busca de su pitanza.