domingo, 29 de diciembre de 2013

Del libro "Poemas de un esquizofrénico"



VIGESIMOCUARTO YO

Me adoran los espíritus del aire
y aquellos que habitan en el agua.
Ave de vuelo potente y refinado,
me ufano de mis muchas cualidades
cuando bato mi soberbia envergadura
desde el albo sur hasta los hielos árticos,
con vientos incesantes cuyo aliento
sopla como un monstruoso fuelle
sobre el curvo espinazo de la Tierra.

Cruzo el cielo contra las corrientes
mil kilómetros sin batir las alas,
de manera tranquila y elegante,
a gran altura y armoniosamente.

Cuando alguien decide asesinarme
sufre el castigo de espíritus marinos,
que hacen siempre zozobrar el barco
si no atan mi cadáver al cuello del malvado,
sujeto al palo mayor y con cien cuerdas,
sin beber, sin comer y sin dormir,
hasta que haya cesado la tormenta.

Del libro "Poemas de un esquizofrénico"



VIGESIMOSEGUNDO YO

Soy el gallo blanco
por el cual los humanos investigan
las tristezas y dichas del futuro.

Quienes me visitan y colocan trigo
sobre las letras del abecedario,
obtienen palabras compasivas
con cada uno de mis picotazos.

Cualquier mago imaginativo
o bruja de intelecto agudo,
proporciona la información
que ha de calmar la angustia
del ansioso consultante,
no sin antes recibir su paga
en forma oportuna y razonable.

Amigo de las letras y del canto,
doy respuestas sinceras y prolijas
a quienes sueltan el hilo de sus vidas
a través de mis poderes mágicos.

Soy el gallo blanco
de roja cresta y picotazo duro,
alimentado con granos misteriosos
por aquellos ilusos que pretenden
alcanzar en su hipotético futuro
un presente de bienes temporales
burlando los designios del azar,
ignorante de befas y patrañas.

Del libro "Poemas de un esquizofrénico"



VIGESIMOPRIMER YO

Vivo en la Isla de las Manzanas,
situada en la mitad de un lago,
cuyas aguas maduras y tranquilas
jaspean como un telón de acero
tendido bajo el sol del mediodía.

A través de los callados bosques
los héroes muertos en combate
siguen su camino hasta la orilla
donde abordan el bote funerario,
conducido por la exótica mujer
que oculta su rostro entre crespones
y sujeta con mano rigurosa
los cabos del ancla y del timón.

Mientras avanzan por el agua inmóvil
los guerreros restañan sus heridas,
para llegar vigorosos a la isla
donde el tiempo nunca cambia
y tampoco muere el Sol.

Los árboles, doblados por sus frutos,
mitigan la sed del visitante,
y la hierba pisada por sus pies
adquiere suavidad de césped.
La paz que los vivos desconocen,
es el pan cotidiano en Avalon.

Y yo, santo patrono
de este paraíso de ultratumba,
construí bajo la fronda generosa
una rústica iglesia donde oran
y juran combatir cuando fenezcan,
los fieles el mal de sus congéneres,
venciendo a los intrusos  agresores
en los duros encuentros de la guerra.