LA
CUNA DE LA ASTROLOGÍA
Fuera
de Sin (Sol) y Shamash (Luna),
que
viajaban por los senderos de Anu,
existían
cinco seres autónomos y brillantes
desplazándose
por esa franja del cielo;
su
intensa luz y libertad de movimiento
los
mostraban como entidades superiores
e
independientes de cualquier rebaño.
Se
les dio el nombre de Bibbu (chivos
salvajes),
por
sus características claramente definidas:
Mercurio,
el más cercano al Sol
y
oculto entre sus resplandores,
decidió
admitir a Nego, dios esquivo,
astuto,
inconstante y desconfiado.
Venus,
con su hermoso brillo,
vespertino
o matutino según la época del año,
protegió
a Ishtar,
ardiente
y sicalíptica deidad de la Naturaleza.
Marte,
rojizo y de rápidos desplazamientos,
fue
la residencia de Nergal,
dios
de las batallas, vengativo,
perverso,
violento y sanguinario.
Júpiter,
albino y majestuoso,
hospedó
a Marduk rey de los dioses,
implacable,
lujurioso y férreo.
Saturno,
amarillento y despacioso,
albergó
a Ninurta, anciano malgeniado,
decano
de los dioses e iniciador del tiempo.
Por
lo anterior fue fácil determinar
los
cambiantes caprichos de los dioses;
nació
entonces la astrología
con
sus cálculos ambiguos pero necesarios,
para
bien de las castas sacerdotales y otros poderosos
que
nunca desistieron de dominar el mundo.