RAGNAROK
Los dioses, que
también pertenecían
a una estirpe
finita igual que los esir,
llevaban dentro
el germen de la muerte.
Ese inmenso
drama, con justicia poética,
indicaba por
igual premio y castigo.
Los esir toleraban la presencia del mal
encarnada en el
siniestro Loki,
pero seguían
igualmente los consejos
del bondadoso Balder.
Ragnarok se cernía sobre todos
y el Sol
palidecía de miedo
al conducir sus
carros temblorosos,
evadiendo a sus
devoradores.
La Tierra,
mustia por el gran Invierno,
cubrió de nieve
los puntos cardinales,
los vientos
salieron de su jaula
y el suelo se
cubrió de firme hielo.
Este visitante
pavoroso y largo
duró tres
estaciones y otras tres,
donde la Tierra
perdió toda alegría
en su lucha
global por la existencia,
mientras los más
nobles sentimientos
de humanidad y
compasión se hundían
en un oscuro
socavón sin fondo.
Los gigantes
nutrieron la progenie
del temible lobo
con las médulas óseas
de asesinos y
otros delincuentes,
hasta que la
monstruosa descendencia
pudo conquistar
el Sol, degollándolo
para mojar la
Tierra con su sangre.
Por tal
calamidad, el suelo se encrespó
y las estrellas
cayeron de sus puestos,
mientras Loki, Garm y el lobo Fenris,
además de otros
malvados y cretinos,
destrozaron sus
cadenas vengativos.
Nidhung royó las raíces de Yggdrasil,
y el horrible
gallo púrpura Fialar
cacareó tan
fuerte sus alarmas
en la cumbre más
alta de Valhalla,
que la repitió Gullim-kambi,
el espeluznante
gallo de Midgar
y la no menos
temida ave rojiza de Hel.
Dándose cuenta
del augurio Heimdall,
por el
estridente chillido de las aves,
lanzó el toque
esperado tanto tiempo,
despertando con
él a los esir
y a muchas otras
deidades principales,
que veloces
salieron de sus lechos
para emigrar o
hacerle frente
a la contienda
que se avecinaba.
Cabalgando en
sus rápidos corceles
galoparon sobre
el arco iris
hasta el lugar
de la última batalla.
Midgar fue despertada por el ruido
y sus grandes
contorsiones azotaron
los mares con
tremendas olas,
antes de
alcanzar el sitio que la unió
a los demás en
la infernal refriega.
Las colosales
avalanchas acuáticas
pusieron a flote
el tenebroso barco,
hecho con las
uñas de los muertos
cuyas tribus
olvidaron los deberes
en su paso
impreciso por la Tierra.
Cuando el velero
estuvo aparejado,
Loki lo abordó con su feroz ejército
y enrumbó sobre
las aguas turbulentas
hasta el lugar
donde sería el conflicto,
al tiempo que Hel emergía de la tierra
acompañada del
nefasto Garm
y otros bellacos
de su imperio lúgubre,
mientras Nidhung atravesaba el campo
cargando muertos
en sus negras alas.
Al llegar, Loki les dio la bienvenida
y los cielos se
partieron varias veces.
Cruzando los
abismos que surgieron,
los implacables
enemigos cabalgaron
arrasando los
perímetros de Asgard,
y los dioses se
sintieron temerosos
al mirar tan
sangriento desenlace.
Odín tenía un solo ojo,
Tyr apenas una mano,
y Frey un cuerno de venado
en lugar de su
invencible espada.
Los esir demostraron ser valientes
al ponerse sus
ricas vestiduras,
para llegar hasta
el sitio de los hechos
dispuestos a
vender caras sus vidas.
El Tuerto reunió todas sus fuerzas
y fue derecho al
manantial Urdar;
se sentó sobre Yggdrasil (ya derribado)
con las Nornas sus eternas cómplices,
que en silencio
y cubriéndose los rostros
rasgaban el
tejido que yacía a sus pies.
Todos los
combatientes congregados
sobre las vastas
regiones de Vigrid,
lucían ademanes
adustos y tranquilos;
los contrarios
arrojaban fuego
y vapores que
oscurecían el Cielo,
los vastos mares
y la dura tierra,
con su horrible
y venenoso aliento.
Se sintió una
conmoción aterradora
cuando Odín y Fenris se enfrentaron;
Thor embistió a la serpiente Midgar
y Tyr midió fuerzas con el perro Garm;
Frey terminó con su oponente
y Heimdall con el protervo Loki,
ya derrotado en
anteriores lances.
Aunque siendo
poderosas y valientes,
las deidades
debían sucumbir
junto al gran
gobernante de Valhalla.
Fenris, ya triunfante en la contienda,
se agigantó
desmesuradamente
y devoró el
espacio con sus fauces,
engullendo sin
más, de cuerpo entero,
al sumo dios en
su infernal estómago.
Para vengar la
muerte del Supremo,
Vidar se lanzó sobre el deicida,
cuya quijada
inferior sintió el zapato
que la escindió
como si fuera un bledo.
Los tizones
lanzados contra el Cielo,
la Tierra y los
nueve mundos de Hel,
cubrieron el
árbol Yggdrasil
y alcanzaron la
morada de los dioses,
ya luctuosa por
tanta adversidad.
La vegetación se
agostó por el calor
que hizo bullir
el agua de los mares;
calcinados y
llenos de cicatrices,
los continentes
quedaron sepultados
bajo las olas
del hirviente océano.
Ragnarok había llegado y la guerra concluido.
El caos
vencedor, con los actores muertos,
impuso en todas
partes su dominio.
Pero Vidar y Vali, reyes de la naturaleza,
decidieron no
darse por vencidos
y regresaron
juntos a las tierras de Ida
para hermanarse
con los hijos de Thor,
representantes
de la fuerza y la energía.
Rescataron el
martillo de su progenitor
y amigo,
mientras Balder mostraba
desde el
inframundo, donde estuvo
en compañía de
su hermano Hodur,
nuevos discos de
oro para jugar felices,
como lo hicieron
con sus compañeros
en su remota y
recordada infancia.