DECIMOQUINTO
YO
Soy
el espíritu del rayo
y
me gusta mucho el agua.
En
las épocas de lluvia
me
refugio entre los ríos
que
discurren por Australia,
y
en las tormentas de estío,
me
paseo entre las nubes
con
mis patas de gallina,
haciendo
extrañas piruetas
mientras
desciendo a la tierra
velozmente
y sin fatiga.
Superé
la edad del sueño
como
la serpiente Arcoiris
y
a los que hicieron los surcos
por
donde surgen rebeldes
tibias
aguas subterráneas.
Persigo
nobles doncellas
hasta
el borde de los cielos,
y
al frustrarse mis deseos
desprendo
con mi venganza
muchos
astros luminosos
que
descargo sobre el globo,
formando
los grandes lagos
de
las regiones australes.
Soy
propicio con las aguas,
con
las plantas y las piedras,
pero
exijo sacrificios
en
situaciones extremas,
cuando
se abusa del suelo
ignorando
las Potencias
que
son bienes naturales
de
la terrena existencia.
Pronostico
el porvenir
a
quienes bien interpretan
el
papel de mis leyendas,
y
desconozco los límites,
las
normas y los caminos
cuando
viajo por el mundo
como
una serpiente astuta
que
aparece sin aviso.
Di
lectura a los romanos
en
el libro de los cielos,
y
les cambié a los helenos
el
alfabeto existente
para
darles la escritura.
Las
deidades de los ríos,
las
fuentes y las montañas,
sin
descontar el mar hondo,
son
mis hijas predilectas,
que
tienen distintos nombres
de
acuerdo con su vivienda,
siempre
secreta y extraña.
Buenas
con la humanidad,
juegan
papel importante
en
lo agrícola y ganadero,
reconociendo
el futuro
de
aquellos que las respetan
y
viven bajo su manto,
limpio,
cálido y ligero.
Seducen
a los mancebos
para
prolongar su especie,
ya
que sólo diez mil años
viven
jóvenes y bellas.
Las
divinidades marinas
del
gran Pacífico Sur
son
mis fieles servidoras,
como
las diosas-ballena
o
los fieros tiburones
que
deben ser invocados
cuando
se viaja en canoa.
Unas
se ocupan de pesca
y
otras tantas tejen redes,
o
enseñan a navegar
en
mitad de las tormentas.
Hay
dragones en la China
que
defienden o persiguen
a
los hombres en el mar;
en
los Urales y el Báltico
hay
espíritus acuáticos
que
trabajan a mis órdenes.
Algunos
son agradables
mientras
otros son groseros.
Los
habitantes lacustres
de
las tierras finlandesas,
dejan
sus soledades
cuando
los simples mortales
penetran
para bañarse.
En
Hungría y otros sitios
secuestran
a las personas
que
les niegan homenajes
con
sacrificios humanos.
Los
gitanos que controlan
los
sentimientos locales,
cuando
se acercan al agua
hunden
escarpias de hierro
en
el tronco de los árboles,
muy
cerca de las corrientes,
pues
los clavos aprisionan
a
los duendes vagabundos,
hasta
que en todo el lugar
no
queda ni un campamento.
Entre
los bosques y ríos,
por
llanuras y por mares,
domino
todo el conjunto
de
la tierra y de los aires,
con
mis patas de gallina
y
mis crestas relumbrantes,
porque
soy el dios del rayo
y
me gusta mucho el agua.