domingo, 31 de agosto de 2014

Del libro "León hambriento el mar"



FUEGO DE SANTELMO

En la azufrada atmósfera, como tridente infernal,
sobre vergas y mástiles ardiendo,
los gigantescos cirios lucen lenguas azules
de electrizante fuego.

¡Maldita sea la noche! revienta un marinero.
¡Que se la trague el mar! responden los grumetes.

Van todos a cubierta: los hombres y las llamas.
El capitán – vesánico –, gozando la tormenta,
grita estentóreamente: ¡Fuego de Santelmo!

Y pronto las miradas se vuelven hacia el cielo,
como pidiendo en bloque que cese aquella furia
de resplandores trífidos.

Hendidas por el rayo, las velas y velachos
se agitan sobre el barco.

Cansadas, en lo alto de sus fuertes pescantes,
las balleneras huyen por siempre, a sotavento.
¡Mala leche las pudra! maldice un arponero,
mientras el otro canta con meliflua voz:
¡Qué suave brisa sopla sobre este dulce océano;
me llena la memoria del hijo de Laertes!

En tanto el capitán persiste como un trueno
rugiendo enajenado bajo el febril relámpago:
¡Fuego de Santelmo! ¡Fuego de Santelmo.

Del libo "Trampantojos y otros versos"




LOS CAPATACES

Tienen oro, armas, poder y lo dominan todo, haciendo lo que les viene en gana.
Extraen vísceras y demás órganos útiles para experimentar en sus laboratorios, succionando la sangre de los desposeídos, con el fin de comerciar con ella.
En otros miden la radioactividad y sustancias como virus y bacterias, ya que son los capataces del mundo.
Dan narcóticos y alucinógenos a las víctimas, sin su consentimiento, para probar en ellas los efectos que les permitan doblegar la especie.
En las grandes haciendas como China, Estados Unidos, Rusia y Gran Bretaña, fuera de otras que dejo a la imaginación, conforman agrupaciones secretas, encargadas de realizar su trabajo deletéreo, mientras siguen con las manos limpias.
Si los conejillos mueren, quedan locos o contaminados, no serán culpables ante los pueblos subdesarrollados. ¿Qué los cobayos se tornan agresivos y se lanzan por peñascos y balcones, dispuestos al suicidio?
Qué importa; para eso están las guerras, las masacres, las torturas, los hospitales psiquiátricos, los centros industriales, los campos de concentración y las penitenciarías.
Guerras bacteriológicas, religión, ejército y políticos corruptos afirman su seguridad en forma más eficaz y convincente que todos los arsenales juntos.
Invadieron Vietnam, Irak, Afganistán y otros países que rechazaron su órbita, con resultados inciertos, cuando no con un rotundo fracaso.
Provocan males, pero eso no interfiere sus determinaciones. Con la desgracia ajena apilan sus ganancias y fabrican bombas para futuras guerras.
Condenados a soportar las rebeliones, lamentos e imprecaciones de la chusma que desconoce sus prebendas, no dan el brazo a torcer.
Por algo son los capataces eternos y tienen preparada la colonización espacial. A Marte ya lo miran como su nueva casa.
Nadie es dueño de nuestra vida, nuestra conciencia y organismo, salvo los capataces del mundo, amos del oro, las armas y el poder.