jueves, 7 de agosto de 2014

Del libro "Trampantojos y otros versos"



LOS VIGILANTES

No intento escribir ahora
sobre los encargados
de vigilancias privadas,
sino de los gigantes Grigori
que persistieron después de la Caída
para reconstruir lo desaparecido,
según nos cuenta el patriarca Enoc
en el Antiguo Testamento.

Sus principales representantes son:
Agniel, maestro de los hombres
en hierbas, raíces y encantamientos
indispensables para cualquier hechizo.

Anmael, lúbrico empedernido,
que estableció un pacto sexual
con su hembra preferida,
en una región de las cavernas infernales.

Araquiel, aficionado a la agricultura,
que enseñó a la humanidad
los innumerables secretos de la tierra,
en forma eficiente y desinteresada.

Araziel, encargado de la concupiscencia
mientras las lechuzas vuelan silenciosas
entre el ramaje de las arboledas
y los gallos no anuncien los reflejos
de la madrugada.

Asael, impúdico, vago y desordenado,
sin ningún desempeño destacable
en los campos de la demonología
o en los simplemente brujeriles.

Asbeel, intrigante y envidioso sembrador
de la discordia entre los suyos
y otros tantos referentes demoníacos
sin especificación comprobable.

Azael, que engendró en una diablesa
una hembra igualmente sicalíptica,
para espanto de tartufos moralistas
y regodeo de sátiros solitarios
cuyo nombre se tragó el olvido.

Baraquijal, que instruyó en astrología
a famosos charlatanes y dementes,
para su eterna ganancia estafadora
y la pobre complacencia de los memos.

Exael, quien demostró con claridad
cómo puede fabricarse un instrumento
para el uso exclusivo de la guerra,
hasta en momentos de ilusoria paz.

Ezequel, experto en meteorología,
esa ciencia que trabaja con el clima
y siempre se equivoca
cuando pretende predecir el tiempo.

Farmoros, como Agniel,
señalador de hierbas y raíces,
más con aplicaciones terapéuticas
que pócimas para la hechicería.

Gadreel, quien combinó en su ciencia
la fabricación de herramientas
para los arsenales domésticos,
con esa otra de armas destructivas.

Kasdaye, quien impulsó a las mujeres
para que abortasen sin ningún temor
y no fueran postre de religión alguna
ni esclavas sumisas de sus propios hijos.

Kashdejan, descubridor de ungüentos
y otras muchas maravillas
contra los males del cuerpo y del espíritu,
como regalo final para los moribundos.

Kakabel, ordenador de las constelaciones
y mecenas sin par de los astrónomos
en centros científicos aún no definidos,
para bien general de los humanos.

Penemue, que nos enseñó a escribir
y de qué manera se debía leer,
no sólo en academias sino en la intimidad,
como inicio de la libertad definitiva.

Penemuel, igual que el precedente,
enseñó el arte de escribir con maestría
y el no menos importante de leer,
como vacuna contra la ignorancia.

Sanatail, gran príncipe de los Grigori,
contrario a Tamiel que jamás realizó
un trabajo honorable conocido
en las artes y ciencias infernales.

Viene luego Turel, idéntico al anterior,
pero resbaladizo y más condescendiente
con ciertas debilidades, asaz inconfesables,
uncidas desde antiguo a los yugos del placer.

Por último, el auto nombrado Usiel,
de quien nada o poco puede señalarse,
salvo que lleva una existencia idiota
en el planeta de los seres zafios,
conocida como la Fuerza de Dios.

Del libro "Trampantojos y otros versos"



TRAMPANTOJOS

Ese artificio de caza que nos hiere.
Esa puerta que se abre no sé dónde.
Esa pasión que devora las entrañas.
Esa maldita vocación poética.
Esa envidia cobarde y asesina.
Esa tabla que da paso a la trastienda.
Esa espada que desgaja la cabeza.
Esos ojos acechantes en la noche.
Ese amor seductor y deleznable.
Ese tiempo inexorable que no cesa.
Ese credo que se afirma con la sangre.
Esa cárcel sin escape conocido.
Esa deuda que nos cobra el poderoso.
Ese triunfo imposible y deseado.
Esa invasora soledad terrestre.
Esa ruta perdida en el vacío.
Esa farsa calumniosa del contrario.
Esa bragueta protectora y alcahueta.
Esas razias traicioneras del Azar.
Esa gloria inalcanzable y lisonjera.
Ese barco escorado que no zarpa.
Ese mar fantasioso de los sueños.
Ese muelle generoso que no existe.
Ese puerto mefítico del mundo.
Ese vidrio empañado del recuerdo.
Ese miasma corrosivo del olvido.
Esa vana contienda de la vida.
Ese mal incurable de la muerte.
Esas y otras cosas no expresadas,
son apenas trampantojos de los dioses
tras la negra emboscada que nos tienden
a través de los heraldos del destino.