lunes, 28 de abril de 2014

Del libro "Poemas siderales"




MI ARQUEOASTRÓNOMO DE CABECERA

Mi arqueoastrónomo de cabecera dice
que en las tablillas de escritura cuneiforme
halladas en las ruinas de la biblioteca de Nínive
consta que religión y astronomía fueron hermanas gemelas,
que cada una de las estrellas que miramos
era el alma de algún antepasado muerto;
las más brillantes correspondían a los sacerdotes
y reyes que gobernaban entonces.

Surge la sospecha de que estos encumbrados caballeros
fueron seguidos por hermosas concubinas
que alegraban su permanencia en el cielo;
agrupados por familias y enamoramientos
fundaron las constelaciones y los signos zodiacales
que conocemos hoy.

Los tres rebaños seguían
uno de los tres caminos conocidos:
El del norte, alrededor del polo celeste,
era el camino de Enlil;
el del sur, saliendo por el este y poniéndose por el oeste,
el camino de Ea,
y el del centro, siguiendo la trayectoria que pasaba
por la parte más alta del cielo, el camino de Anu.

Existían otros rebaños,
entre los cuales se hallaba el señor de la sabiduría,
habitante de la Luna;
la señora de la justicia, representante del Sol;
Nego, el dios mensajero;
Ishtar, diosa de la belleza y la fertilidad;
Nergal, dirigente de la guerra;
Marduk, el soberano de todos,
y Ninurta, emperador del tiempo.

Con sus palacios y súbditos, invencibles en lo alto,
estas almas (estrellas),
dominadas por los movimientos de la Tierra,
seguían sus senderos estelares
a través de los días y las noches,
representando el mito babilónico de la creación
y el de los monstruos que lo protagonizaron.