MI
ARQUEOASTRÓNOMO DE CABECERA
Mi
arqueoastrónomo de cabecera dice
que
en las tablillas de escritura cuneiforme
halladas
en las ruinas de la biblioteca de Nínive
consta
que religión y astronomía fueron hermanas gemelas,
que
cada una de las estrellas que miramos
era
el alma de algún antepasado muerto;
las
más brillantes correspondían a los sacerdotes
y
reyes que gobernaban entonces.
Surge
la sospecha de que estos encumbrados caballeros
fueron
seguidos por hermosas concubinas
que
alegraban su permanencia en el cielo;
agrupados
por familias y enamoramientos
fundaron
las constelaciones y los signos zodiacales
que
conocemos hoy.
Los
tres rebaños seguían
uno
de los tres caminos conocidos:
El
del norte, alrededor del polo celeste,
era
el camino de Enlil;
el
del sur, saliendo por el este y poniéndose por el oeste,
el
camino de Ea,
y
el del centro, siguiendo la trayectoria que pasaba
por
la parte más alta del cielo, el camino de Anu.
Existían
otros rebaños,
entre
los cuales se hallaba el señor de la sabiduría,
habitante
de la Luna;
la
señora de la justicia, representante del Sol;
Nego,
el dios mensajero;
Ishtar,
diosa de la belleza y la fertilidad;
Nergal,
dirigente de la guerra;
Marduk,
el soberano de todos,
y
Ninurta, emperador del tiempo.
Con
sus palacios y súbditos, invencibles en lo alto,
estas
almas (estrellas),
dominadas
por los movimientos de la Tierra,
seguían
sus senderos estelares
a
través de los días y las noches,
representando
el mito babilónico de la creación
y
el de los monstruos que lo protagonizaron.