sábado, 4 de agosto de 2012

Del libro "La calle de las complacencias"


TEODORA

Lujuria y ferocidad
no eran invenciones mías,
sino fuerzas primigenias y universales
en todos los reinos de los vivientes.
Giovanni Papini

Qué pronto iniciaste tus devaneos prostibularios
por todo el norte de África.
¿Cómo negar tu inteligencia y desmesurada ambición?

Con tus jugadas maestras mezclaste imperio y putería,
hasta doblegar, según Procopio,
los últimos reductos del sañudo Justiniano.
Ni el prostático Pontífice de Oriente
escapó de resbalar entre tus piernas.

Buena esa, Teodora, porque de ahí en adelante
fuiste reconocida como gran emperatriz
de los vastos dominios bizantinos.

No hubiera sido preciso, sin embargo,
enviar a tantas pobres muchachas
hacia las costas del Bósforo,
por desear simplemente, como tú,
mantener sus rodillas separadas.

Imperdonable, Teodora, tu sadismo
con quienes sólo pretendían ofrecer
su tibia y acogedora manzana
a posibles y erotizados transeúntes.

Del libro "La calle de las complacencias"


TRÍO DE HONOR

¡Oh Roma!,
en tu grandeza en tu hermosura,
huyó lo que era firme y solamente
lo fugitivo permanece y dura.
Francisco de Quevedo

Dinos francamente, Mesalina,
si quieres consumirte
en la perpetua pestilencia de tu cama.
Todo prostíbulo es pequeño para ti.

Tus pezones pintados,
y colgantes como pesadas sandías,
descienden vientre abajo
hasta la herida entreabierta de tu ingle.

Y tú, querida Julia, hija de Augusto,
bella y disoluta como nadie,
ganaste a punta de fornicaciones
el merecido destierro de la corte,
con un historial tan célebre
que se hizo para siempre inolvidable.

¿Qué me dices, Agripina,
hermana de Calígula,
nieta de Julia y madre de Nerón?
Cuando ya despachaste satisfechos
a todos los guardianes,
buscaste al hijo cuidadosamente maquillada,
con las más incestuosas intenciones.
Le ofreciste tus labios y tu cuerpo lascivo
como punto final de tus malévolos propósitos.