jueves, 9 de noviembre de 2017

Del libro "Trampantojos y otros versos"

















SOLUCIÓN DEFINITIVA

Llegamos al mundo
solos y desnudos, sin nuestro consentimiento,
para iniciar de inmediato el viaje hacia la muerte.
No escogemos nacer ni queremos partir,
pero esto sucede inexorablemente.

La vida es como el bien
por el cual se lucha para que no perezca,
la muerte es como el mal
que domina el campo con su espada ciega.

Dando tumbos, vagamos desterrados,
y aunque todo no tiene que nacer,
todo lo que nace tiene que morir:
la mayor fortuna y la peor desgracia.

¿Qué sería de nosotros si la inmortalidad
hincara su zarpa en nuestras vidas,
la eterna angustia, la infinita pena,
una esperanza en momentos de alegría
denominada placer por los humanos,
una dicha que azuza la insidiosa fiera
de nuestra ruin soberbia?

Si, como dice la UNESCO,
la humanidad fue de 250 millones
al comienzo de la era cristiana,
2.500 a mediados del siglo XX
y 6.500 tras su final violento,
¿cuántos seremos en el XXIX,
si es que alcanzamos a llegar allá?

Dudosa expectativa, si se tiene en cuenta
que nos matamos por agua y otras cosas
como religión, política y corrupción,
más una desmedida codicia de poder.

Esta especie, mal llamada inteligente,
pretenciosa en cultura y civilización,
es una turba desbocada y bárbara,
atormentada por terribles males,
fuera de toda proporción y norma.

Invadidos por congénita ignorancia
y sentimientos de autodestrucción,
parecemos insectos bajo la tecnología,
que sirve, incluso, como eficaz placebo
para que la muerte
rija el imperio de la insignificancia.

Somos consumados maestros
en el movimiento de una fuerza oscura
creada y adorada por nuestras miserias,
en el camino de las equivocaciones.

Hasta hace poco tiempo
no habíamos invadido todos los espacios
ni habitado en ciudades apretadamente,
tampoco aumentado bienes y servicios
para superar nuestras penurias físicas.

Nunca los ríos y mares de la Tierra
fueron tan contaminados
por los deshechos que les arrojamos,
ni pensamos en tanto equipo material,
tanta instrucción y organización
para un mundo que navega incontrolable
por aguas turbias, putrefactas y vencidas.

Ninguna época exigió tantos recursos
para enderezar lo que siempre fue torcido.
¿En dónde están el techo, la salud,
el alimento, el vestido y la educación
de los que huyen como ratas asustadas
frente al hecho del barco que se hunde?

Nada se logrará con éxitos parciales
en la lucha contra la extinción.
La humanidad tiene un problema
de dimensiones cósmicas
que pide soluciones radicales:
Acogerse a lo seguro. Es decir, la muerte.

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