jueves, 9 de noviembre de 2017

Del libro "Trampantojos y otros versos"

















LAS NUBES

Son grandes sombreros que cubren la tierra,
que cubren los mares;
se mueven constantes por la vasta esfera,
a veces despacio, pero siempre inquietas;
se pierden o forman, con nuevas figuras,
unos arabescos que nadie interpreta.

De pronto, leones de largas melenas,
o tigres hambrientos
que saltan ligeros sobre vivas presas;
palomas volando como mensajeras
de ignotas regiones,
donde las montañas se cubren el rostro
con mantos helados de finos crespones.

Gaviotas que anuncian, como primaveras,
el fin de mis males en playas desiertas;
son nubes señoras que tejen su tela
con hilos de plata y agujas de oro,
las lluvias que caen sobre mi cabeza.

Qué nubes tan leves, coquetas y esquivas,
qué nubes tan bellas. Se van o se esconden,
y luego regresan
trayendo noticias de antiguas leyendas,
para preguntarme
si fui temeroso durante su ausencia.

También me interrogan
sobre los ancestros de tiempos ya idos,
cuando siendo niño vagué por los valles
que un día me dieron su amor sin olvido.
Me piden que cante
las viejas canciones de mis pocos años,
cuando la existencia era como el alba
de frescas mañanas con ramos de olivo.

Mientras yo resbalo sobre la barbarie
que agitan los hombres, como una bandera,
ellas van sonrientes batiendo el espacio
bajo el sol quemante que dora la Tierra;
navegan seguras por todos los aires,
calientes o fríos, que tiene el planeta.

Cuando se convierten, por su mal humor,
en nubes oscuras que anuncian tormenta,
me acojo al silencio que precede al rayo,
antes de que avisen con truenos su fuerza.

Las nubes y yo
nos hemos querido desde hace milenios,
y nuestro cariño no está entre los seres
que sienten quebranto.
Aunque son volubles, y muy orgullosas
de su gran belleza, aceptan mis guiños,
mis besos y abrazos, igual que mi canto.

Le pido a las nubes que no me abandonen,
porque yo sin ellas soy cero a la izquierda;
ya me reconocen como un desplazado
que busca en los sueños
la cura que alivia sus llagas eternas,
causadas por hongos de fatal veneno,
tiranos supremos de su gran tristeza.

Oh nubes queridas, imploro los dones
que trae el invierno con sus blancas perlas,
para que no falte en mi exigua despensa
el pan de los dioses,
que ansioso devoro, tras de mi poterna,
donde habito solo, desnudo y perdido,
la negra guarida de mis hondas penas.

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