domingo, 8 de noviembre de 2015

Del libro "Como simples chalupas al garete"




JOSÉ PRUDENCIO PADILLA

Nacido en Riohacha, el 19 de marzo de 1784,
fue acusado de traición contra Simón Bolívar
y ejecutado en Bogotá, el 2 de octubre de 1828,
con otros tantos compañeros
tildados igualmente de conspiradores.

Marino y militar brillante
en las guerras de independencia americana,
fue excluido de la historia por su figura parda
y ascendencia negra, pese a la popularidad
que tuvo como senador de la Gran Colombia,
engendro del país que padecemos hoy.

Su sangre guajira le dio un espíritu guerrero,
una pasión indeclinable por la libertad,
una vocación heroica, un deseo de aventuras
y un amor infinito por el mar.

Combatió contra Nelson en Trafalgar
antes de sufrir prisión por la derrota,
después de la cual decidió que lucharía
solamente por la tierra que le dio su ser.

Cuando el sitio de Cartagena, logró escapar
de la hambruna, la captura y la ejecución
rompiendo la línea de la escuadra realista,
que impedía la salida de sus habitantes.

José Prudencio realizó varias acciones
que lo llevaron por islas del Caribe
en medio de aventuras y victorias,
hasta obtener el grado de capitán de navío.

Contramaestre del bergantín Independiente,
derrotó a Neptuno, una fragata española,
con el cañonero republicano Concepción,
ganando ascenso como alférez de fragata.

Participó en las campañas de Casanare
trasportando tropas y material de guerra,
y actuó como segundo en la toma de Riohacha,
batallas de Laguna Salada, Pueblo Viejo,
Tenerife, La Barra, Ciénaga de Santa Marta
y Ciénaga San Juan de Tocaguá

Derrotó las fuerzas españolas
dejando a Cartagena en manos granadinas;
alcanzó el rango de general de brigada
y comandante general
del Tercer Departamento de Marina
en la escuadra de operaciones contra el Zulia.

Dirigió la campaña hacia Venezuela
al mando de cinco bergantines, siete goletas
y diecisiete embarcacones más,
triunfando frente al castillo de San Carlos
en la batalla naval del Lago de Maracaibo.

Tales hazañas lo llevaron a general de división
con medalla de oro y pensión anual de 3.000 pesos,
compensación inferior a la de otros militares
que combatieron en la guerra junto a él.
Su piel oscura de nuevo había impedido
el reconocimiento y los honores merecidos,
siempre negados por la casta criolla.

Despojado finalmente de insignias militares,
fue fusilado en la Plaza de la Constitución
antes de ser colgado en la horca
como cualquier traidor o bandido impenitente,
en tanto a Santander le conmutaban la pena
por un exilio en Europa y en los Estados Unidos.

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