LA
TIERRA
Empiezo
con el lugar que ocupas en el Sistema
donde
viniste a rodar.
Eres
tercera en el grupo que conforman los planetas
borrachos
y bailadores, en las tabernas del Sol.
Te
acompaña en esa orgía de giros contradictorios,
tu
blanca hija, la Luna,
que
sin embargo se aleja varios centímetros ciertos
todos
los años que pasan por su despejada testa.
No
pienso nunca en los días,
mucho
menos en las noches,
pues
sé de tu recorrido, casi al punto circular,
y
tu inclinación causante de todas las estaciones
que
propician las cosechas, los ritos y festivales,
la
caza y las migraciones de incontables animales.
Achatadita
en los polos y hasta con forma de pera,
ignoro
muchos detalles de tus órganos vitales,
aunque
bien mirado existe valiosa investigación
que
nos va diciendo a gotas lo que contiene tu estómago
y
en qué forma te alimentas con los mendrugos del Sol.
Te
cambian constantemente los fenómenos climáticos,
como
la lluvia y el viento, que a veces llegan furiosos
a
rematar lo que resta de los crímenes humanos.
Derivas
continentales son el fondo de tu historia,
lo
mismo que los volcanes
vomitando
fuego y lava por sus gigantescas fauces,
sin
descontar los estigmas de otras tantas contingencias,
que
vienen a desmentir lo que algunos han llamado
el
planeta más tranquilo de este Sistema Solar.
Varios
cientos de kilómetros
se
expande una suave atmósfera sobre tu dura cerviz,
hasta
verse confundida con los soplos de tu padre,
que
pasan raudos y mudos hacia el lejano Plutón.
Lo
que más admiro en ti
son
tus mares y anchos ríos,
lo
mismo que tus montañas
y
tus extensas llanuras cubiertas de oscuras selvas,
donde
viven y se mueven
los
seres más fascinantes de tu fauna esplendorosa,
y
las flores que perfuman mi corazón agorero
con
su fragancia sutil.
En
tus magnéticos campos interactúas con el viento
que
se desprende del Sol;
se
balancean y viven como palomas galácticas
partículas
de energía (principalmente protones),
que
viajan entre los polos en una forma enigmática,
de
manera inexplicable para un intelecto escaso
como
el que escuchas hablar.
Podría
escribir más extenso de tus rasgos esenciales,
que
son en última instancia
el
alma de lo que somos como seres vertebrados,
con
un cerebro asombroso
que
ha servido algunas veces para ciertas buenas causas,
aunque
en otras tantas listo para acabar con tu vida,
que
es la existencia de todos
los
que azotamos tu dorso de manera demencial.
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