LOS ENANOS
Iban y venían de
un lugar a otro
ocultándose,
además, entre las rocas,
donde,
maliciosos, solían repetir
las voces
emitidas por los hombres,
y así sus ecos
fueron conocidos
como Charla de los enanos.
Engendrados en
forma de gusanos
dentro del
cadáver del gigante Ymir,
asimilaron la silueta
humana
cuando los
dioses descubrieron
que tales
criaturas se arrastraban
de adentro hacia
afuera y viceversa
en la carne del
enorme muerto.
De piel oscura y
ojos verdes,
tenían pies de
cuervo,
cabeza grande y
piernas cortas.
Debían
permanecer durante el día
en la parte más
profunda de la Tierra,
so pena de
tornarse en roca.
Menos poderosos
que los dioses,
pero más
inteligentes que los hombres,
demostraban su
saber incalculable,
incluso prolongándolo
al futuro,
cuando alguien
deseaba interrogarlos.
Como los elfos, eran gobernados
por Laurin, Oberón o Gondemar,
nombres todos
del mismo soberano,
cuyo palacio era
el centro de la Tierra.
Fabricaban
espadas que agredían a voluntad
y no debían ser
envainadas
sin teñirse con
la sangre del contrario.
Algunas parecían
en el combate
crestas filudas
de gallo peleador.
Molían harina y
amasaban pan;
hacían también
su magistral cerveza,
sin contar otras
labores hogareñas
que los volvían
acuciosos y corteses.
Cuando alguno
los trataba con desdén,
o intentaba
ponerlos en ridículo,
dejaban el
contacto con los hombres
sin que fuera
posible retenerlos
por medio de la
astucia o la violencia.
Envidiosos de la
estatura humana
seducían mujeres
espigadas,
cuando no les
robaban a sus hijos
o los cambiaban
por su descendencia.
Las enanas se
convertían en maras
(pesadillas
monstruosas e insolentes),
para atormentar
al cazador intruso,
mientras no se
taponara el agujero
por donde
intentaban penetrar ilesas,
caso en el cual
quedaban al arbitrio
de la trampa
tendida por el hombre,
abrumadas por la
angustia y la tristeza.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario