DECIMOCTAVO
YO
Hijo
de Zeus con mujer mortal,
soy
la esencia del vino y las celebraciones.
Mi
padre me protegió desde la cuna
entregándome
a las ninfas
que
habitaban en el monte Nisa.
Ellas
me inculcaron el gusto
por
el canto y por la danza,
mientras
el viejo Silenio me tentaba
con
su vida alegre y despreocupada.
Muy
joven conocí las uvas
que
crecían en las mesetas del monte,
inventando
la bebida que provoca euforia
y
el sueño en los humanos.
Tanto
me aferré al descubrimiento
que
mis nodrizas me creyeron loco
y
el oráculo afirmó en su juicio,
por
boca de la sabia pitonisa,
que
el divino placer valía la pena,
aun
siendo seguido al otro día
por
el fiero aluvión de la resaca.
Cabalgando
en mi eterno compañero
expando
la costumbre por la tierra,
pese
a las feas consecuencias
que
producen sus efectos,
como
aquella sufrida por Icario
después
de emborrachar a sus pastores.
Aunque
ciertos mortales me rechazan,
persisto
en mi regalo embriagador,
y
a los piratas que me capturaron
atándome
contra el mástil de su nave,
les
convertí la mar en vino
para
unirlos a mis grandes bacanales.
Vago
con mi tropa de recios bebedores
que
bailan, discuten y vomitan
cuando
llevan mi gordura en hombros,
mientras
agito mi copa y canturreo
antiquísimas
tonadas de beodos.
Las
leyes más estrictas no han logrado
impedir
que mis guerreros
celebren
sus ruidosos festivales
y
provoquen, en jóvenes y viejos,
el
goce desbordante de mi ofrenda,
donde
sienten los raros desvaríos
que
producen las grandes borracheras.
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