jueves, 22 de noviembre de 2012

Del libro "Libro nuevo"



MIS DIÁLOGOS CON LA MUERTE

Desde que mis padres me engendraron
en un lugar de Colombia
de cuyo nombre no me acuerdo ahora,
inicié conversaciones con la Muerte.

De mil maneras he intentado decirle
que nos comprendamos,
que basta de carnicerías,
que se tome unas vacaciones,
que descanse
para que pueda regresar con más ahínco
a ejercer su vocación eterna
y cumplir con sus obligaciones
como debe ser.

Me responde con evasivas:
Que no me promete nada,
que matar es su deleite principal,
que no puede hacer excepciones,
que no insista,
y un sin número de disculpas
que me tienen al borde del suicidio.

Le juro que deseo reinsertarme,
que no necesita aplicarme la tortura,
la motosierra,
el tiro de gracia ni la incineración,
mucho menos el secuestro,
la mina quiebrapatas,
la desaparición forzada y posterior asesinato,
tampoco el encarcelamiento ni la extradición,
el estigma social ni la amenaza pública.

Le aseguro que puede confiar en mí,
que soy persona decente,
que si en el 2040
no me he desmovilizado como le prometí,
queda autorizada para proceder según le plazca;
le confieso además que no soy un terrorista
sino un simple poetastro que anhela vivir en paz.

No me garantiza nada.
Repite que quién sabe,
que lo va a pensar,
que no me haga ilusiones,
que soy muy exigente,
que no me preocupe por lo que ya es seguro,
que un complejo de inferioridad me está matando,
y otras sandeces de idéntica jaez.

Sé que un día llegará con su guadaña de acero,
su andar bamboleante y su mirada fría,
a segar lo que conservo con dificultad,
porque en este país descuadernado y violento
a pocos les importa finalizar la guerra.

Como si lo anterior fuera poco
me ha puesto un montón de trampas
y sometido a enfermedades y accidentes
con sevicia y descarnada intensidad.

En la última reunión me arrebató la próstata
y dos glándulas linfáticas vecinas de mi escroto.
Años antes me había extraído el apéndice,
inoculado el tifo,
la ictericia,
el paludismo,
las paperas,
la fiebre amarilla,
el sarampión,
la cirrosis y la peritonitis.

Tanto me ha mortificado con sus amenazas
que en algunos momentos he pensado
echarle travesía para salirle adelante,
disparándome un tiro en la cabeza
o ingiriendo algo que me duerma pronto
y definitivamente.

Está claro que no tendré escapatoria
y que un día o una noche, no lejanos,
bombardeará mi campamento por sorpresa
dejando todo arrasado,
con numerosos muertos,
sin importarle que me halle en territorio extranjero.

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