martes, 23 de octubre de 2012

Del libro "León hambriento el mar"



FRENTE A LAS PUERTAS DE LA CIUDAD

Las puertas de la ciudad
estaban abiertas y abandonadas.
Habíamos descendido hacía poco en la rada
que sirvió para fondear nuestras naves.
En ese momento apenas comenzaba el sueño.

Encontramos en sus alas glifos profundos
grabados por cinceles muy expertos,
que sugerían formas de expresión ideográfica
más próximas al mito que a la realidad.

Éramos mercenarios del Caribe
al servicio de su majestad Carlos I de España,
y recorríamos costas americanas
de puerto en puerto
en busca de tesoros para nuestro Soberano.
Más que mercenarios, parecíamos dioses
huyendo de un pasado al borde del olvido.

Las puertas y la ciudad
estaban tan cerca de las aguas
que las olas bañaban los umbrales.
Las mujeres se hallaban descansando
junto al arruinado escenario,
mientras los hombres ofrecían sacrificios
a imaginados gigantes.

En lo poco que quisieron explicarnos
dijeron que al establecerse en la región
habían encontrado destruida la misteriosa ciudad,
y desierta, al parecer, desde hacía mucho tiempo.
Agregaron que los Incas
los habían precedido uno o dos siglos.

Sobre el origen de las puertas
los indígenas apenas conocían
una rara y sibilina tradición:
Habían sido construidas en una sola noche,
después de un prolongado diluvio,
por un gigante desconocido
que nunca tomó en cuenta la antigua profecía
sobre la llegada del Sol.

Por tan grave falta, él y sus compañeros
fueron exterminados por el Rayo Vengador,
que no satisfecho con semejante deicidio,
arrasó igualmente los palacios,
las casas, los árboles, los muelles y los barcos,
hasta convertirlos en un montón de ceniza.

Terminada la trágica narración, los nativos
se retiraron en silencio, pausados,
para iniciar enseguida nuevos sacrificios
ante el altar de los gigantes invisibles.

Nosotros regresamos a la rada
con el presentimiento de la futura catástrofe,
abordamos los barcos y partimos
esperanzados en hallar otras regiones
más acogedoras y menos misteriosas,
con riqueza en abundancia para nuestro Rey.

Mientras nos alejábamos, los ojos asombrados
contemplaron las ruinas de la ciudad
tras sus enormes puertas abiertas y abandonadas.

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